La pasada madrugada del 11 de enero, hacía una niebla tremaneda en casa. Yo vivo en Pedrezuela, en la Sierra Norte de Madrid.
Mi mujer había hablado con el 112, y ellos me habían preguntado mis síntomas. Mis respuestas les permitieron pensar que, en efecto, era un infarto. Tenemos una base del SUMMA en El Molar, con lo cual, desde que colgamos el teléfono, tardaron 18 minutos.
Desde que colgamos el teléfono, estuve tumbado en la cama, esparndo la llegada de la ambulancia. Yo no sé porqué, pero mientras estaba tumbado, mi mente seguía trabajando, y le preguntaba a mi mujer, y le pedía que hiciera cosas.
¿Has sujetado los perros?
¿Has encendido la luz del jardín?
¿Has abierto la puerta de la calle?
Entoces llegó la UVI Móvil. 4 personas venían en la UVI. Si no acierto en el papel de cada uno, que me disculpen. La enfermera me metió bajo la lengua una pastilla (¿nitroclicerina? Sí es lo más lógico).
Me colocaron rápidamente los electrodos y me hicieron un electro. Tras el electro, le pregunté al médico, si era un infarto. Sí, lo es, me confirmó escuetamente. Me dan una segunda pastilla, una aspirina, que me obligan a tragar (¿aspirina? Hay que hacer la sangre más fluida.).
Me dicen que han de trasladarme al hospital. Viorica preguntaba al camillero si estaban seguros de lo que me había pasado, si era un infarto. Este amable señor le pide a mi mujer que tenga confianza en el equipo médico, que tienen experiencia, y saben lo que han de hacer.
Comienza mi traslado. Para ello, suben una silla que parece una bañera en la me hacen sentar. Me han quitado el jersey que llevaba, me dejan los pantalones, y mi mujer me pone unos calcetinas. Me siento como dentro de un huevo, y el camillero y el conductor de la UVI empiezan a bajarme por la escalera interior de mi casa. Los hados se ponen en mi contra, y al rodar sobre los primeros escalones, ¡CHOFFF! se bloquea la silla, no anda ni hacia delante ni hacia detrás. Deciden levantarme en vilo, e imaginad, mis entonces 98 kilogramos, más la silla, levantados en vilo y bajados por una escalera de 85 centímetros de ancho. Afortunadamente, la experiencia de los profesionales del SUMMA, permite superar los obstáculos.
Me trasladaron a la camilla, y me metieron en la UVI, y empezó el viaje hacia La Paz. Mi mujer pidió que le permitieran acompañarme en el traslado, pero le dijeron que no era posible, pues si hubiera algún problema, no estaría cubierta por el seguro. Con lo cual, y dado su estado de nervios, y siguiendo el consejo del equipo de la UVI, debía esperar a que levantara la niebla pra ir al hospital, sobre todo por qué en el Hospital, no podría verme hasta que no me hicieran todas las intervenciones necesarias.
Durante el viaje, o me desmayé o me sedaron, puesto que solo recuerdo los primeros kilómetros, y comenzó de nuevo el dolor intenso en el pecho. Mi siguiente recuerdo es en la entrada de Urgencias de La Paz.
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